viernes, 30 de julio de 2021

Repaso al 2020: La historia de Lisey, al encuentro del hogar, el bodorrio del infinito y el virus que lo cambió todo

 

La verdad es que le estoy cogiendo el gusto a eso de empezar estos repasos anuales señalando la velocidad a la que pasan los años, en especial, los últimos cuatro, al menos para mí, claro. 2017, 2018, 2019... Incluso ese terrible 2019 del que os hablaba el año pasado, también se gastó rápido, aunque ya podría haberse ido antes; por pedir, que no quede. Sin embargo, una vez se encuentra en el ayer, ¿de qué va a quejarse uno? Sí, soy de esos que se ríen de lo mal que lo han pasado, al más puro estilo "lo que he vivido", y más desde que hallé a mi alma gemela, o ella dio conmigo, claro. ¡O ambos! Me gusta más creer que fue esto último. Escribo esto nada más comenzar julio de 2021, dándome a mí mismo la lata por llevar el blog a trompicones, en especial, con una entrada que tendría que haber estado lista en ¡enero! Junto todas estas líneas pensando que el 2021 está a punto de despedirse, que entramos en su segunda parte y que como sea tan veloz como la primera, antes de darme cuenta estaré escribiendo el repaso del 2021, el año en el que volvimos a la normalidad, o eso parece, al menos, de momento. Pero, ¿qué normalidad? Ya adelanté algo en el repaso del año pasado, así que vamos a ponernos manos a la obra antes de que nos alcance incluso el 2023. ¿Exagerado? Seguro que algo parecido dije en 2019 y aquí estamos.

2020 ha sido sin duda el año de una de las mayores crisis sanitarias de la humanidad, sobre todo, si hablamos de tiempos modernos. La llamad crisis del Covid-19 (o la COVID-19) ha tirado de las orejas al ser humano, dándonos un toque de atención para recordarnos que no debemos dar nada por sentado con nuestros avances tecnológicos, sociales, científicos y culturales. Puede parecer que somos la especie dominante del planeta, pero sólo necesitamos un pequeño bichito sólo perceptible por un microscopio, para que millones de muertos se amontonen, más millones de contagiados ocupen los hospitales de todo el mundo hasta lograr que no haya sitio para los que siguen entrando y nos replanteemos nuestra posición real en el planeta. Menudo repaso al 2020 podríamos hacer desde esta perspectiva, y seguro que estáis de acuerdo conmigo al respecto. ¿Recordáis a principios del 2020? ¿Entre enero y febrero? ¿Cuando la llamada pandemia mundial parecía sólo cosa de China, algo que nos pillaba muy lejos, como de ciencia ficción? Sólo hizo falta esperar un poco para que no sólo no nos pareciera nada de eso, sino algo real con lo que convivir, terroríficamente real. 

A mediados de marzo, quizás a finales, se decretó tanto el confinamiento como el estado de alarma en toda España, incluyendo toques de queda, limitaciones a la movilidad... En pocas palabras, de todo para que los miles de muertos que empezábamos a tener no se transformaran en cifras superiores, medidas que también se tomaron en todo el planeta, en ocasiones más potentes y en otras mucho menos. El ser humano, que se cree constantemente en la cúspide de los organismos dominantes del mundo, ha recordado estos meses que no debe dar nada por hecho, y que a la mínima, dicho a las bravas, se puede ir a la mierda. Negocios cerrados, cines en quiebra, empleos perdidos, familias destrozadas, mascarillas por todas partes, ciudades que daban la impresión de ser el escenario de una película apocalíptica, librerías caídas, editoriales detenidas... En definitiva, y sin miedo a repetirme, nos hemos visto abocados a un cambio repentino de nuestras costumbres, de nuestras alegrías, de nuestro día a día, de nuestra vida, de nuestra existencia. Nos han dado un buen, terrorífico y desolador toque para que nos dejemos de creer los reyes del mambo. Incluso mientras escribo estas líneas, las mascarillas siguen, hay ciudades todavía con ciertas limitaciones y pequeños toques de queda y la normalidad se resiste en una recuperación que va más lenta de lo que nos gustaría. Aun así, las vacunas han llegado, todos tenemos cita con el pinchazo de turno (o pinchazos, ya que son dos dosis) y parece que la luz al final del túnel es cada vez más brillante, más próxima. 

Cualquiera diría que habríamos visto lo mejor del ser humano en un paisaje tan terrible, ¿verdad? Y es cierto que así ha sido, al menos, en una mayoría de casos, porque otros han dado ganas de decirle al virus que nos lleve a todos por delante y que reinicie el planeta. ¿Os acordáis cuando comenzó todo? ¿Las primeras semanas? Con colas fuera de los supermercados, los establecimientos con horarios muy medidos y la limitación de gente dentro de ellos. ¿Os acordáis con el tema del papel higiénico? ¿Cómo volaba de las estanterías? ¿Recordáis que llegaron días en los que faltaban alimentos porque había personas desconsideradas que pensaban que esto era una especie de apocalipsis donde sólo ellas merecían sobrevivir, y para ello se hacían con todo, incluso con alimentos que sabían perfectamente que les caducarían antes de consumirlos? Oh, la cosa no acabó ahí, lamentablemente. Que si fiestas multitudinarias en tiempos donde hay que mantener la distancia social, no llevar mascarilla cuando incluso se volvió obligatorio, chalados negando que existiera el virus, tarados hablando de que las vacunas hacen más mal que bien, pirados incitando al rechazo hacia las vacunas y, por supuesto, los gilipollas de turno que han atacado al gobierno por sus medidas, por cualquier medida que sacaran, demostrando que lo que de verdad les importaba era no salir de ésta todos juntos, sino enfocar su odio hacia los que no son de los suyos. Ojo, esto no sólo ha pasado en España, sino también en muchos otros países, aunque en menor medida, lo cual da que pensar acerca de a quién tenemos enfrente cuando ocurra una desgracia como la que hemos sufrido los últimos meses, y que todavía padecemos ojo. No hay que olvidar que el virus sigue ahí, y que las mejores perspectivas lo dan como "eliminado" (atentos a las comillas) para dentro de otro año. Y eso como mínimo.

Hay que reconocer que nadie estaba preparado para lo que nos ha golpeado. No os dejéis engañar por quienes ahora dicen que sí, que ya lo avisaron, que comentaron, que alertaron... Es mentira. Cuando llegaron las primeras noticias desde China, navegábamos entre los alarmistas que veían el nuevo apocalipsis llegar y quienes afirmaban que esto no iba a pasar de una gripe fuerte; ambos "bandos" se equivocaron, e incluso los primeros van a peor, porque se han convertido en conspiranoicos de manual que ven un peligro en todo, incluidas las vacunas que nos están salvando, claro. Da auténtico asco ver a gente usando a millones de muertos para sus intereses particulares, para vendernos historias que no cuadran con lo ocurrido y para ganar dinero o, peor todavía, difundir mensajes de odio que pueden llegar muy lejos y tener consecuencias bastante graves. Esta crisis sanitaria ha vuelto a demostrar que el ser humano continúa debatiéndose filosóficamente entre el bien y el mal, volviendo a confirmar que somos capaces de lo mejor y de lo peor, aunque ganemos siempre en lo primero, o eso me gusta pensar. Por ejemplo, ahí tenemos a esos sanitaros que han arriesgado su salud, su vida y la de sus más allegados para curar a los demás, mientras hay que aguantar que los cuatro imbéciles de turno vayan sin mascarilla, justifiquen el saltarse los toques de queda porque no pueden aguantar dos segundos sin hacer el idiota o que hablen de haber perdido libertad, ¡por quedarse en casa en plena pandemia mundial! Delirante.

Dado el atroz 2020 que hemos pasado, ¿cómo puedo considerarlo como el mejor año de mi vida? ¿He perdido la cabeza? ¿El virus me está comiendo el cerebro? ¿Soy masoquista? ¿Soy un cabronazo sádico que se alegra de todo lo malo que ha ocurrido? ¿De verdad quiero ver exterminada a la humanidad? En realidad, debería matizar mis palabras, aunque advierto que me siento incluso un poco mal cuando hablo del mejor año de mi vida habiendo sido uno en el que tantísima gente ha sufrido por cientos de motivos, y me quedo corto. Sin embargo, si debo ser sincero, no puedo callarme y hacer como si yo también hubiera sufrido de la misma manera. No sería cierto, me convertiría en un cínico y de poco serviría si, al final, tengo que abrirme con respecto a cómo ha ido el año. Mejor ser sincero desde el principio, ¿verdad? De este modo, uno de los matices que debo añadir a la etiqueta de "mejor año de mi vida" es el recuerdo de un 2017 espantoso, uno de los peores años de mi existencia que, antes de que me diera cuenta, se convirtió en el mejor año de mi vida. ¿Entonces? Podría decirse que el 2020 ha sido una extensión del 2017, arreglando incluso baches del 2019, escollos que ya comenté por aquí al hacer repaso de un año tan movidito. ¿Qué quiero decir con esto? Que no tengo dos mejores años de mi vida, sino uno alargado, un 2017-2020 o 201720, por titularlos de alguna forma. Pero, ¿por qué? ¿Qué hace que el año de una de las peores pandemias que ha vivido nuestra civilización moderna termine siendo parte del mejor año de mi vida? Tres pilares: boda, hija y casa. Vayamos uno por uno.

2017. Antes de darme cuenta mi vida dio un vuelco para abajo y otro hacia el cielo, atravesándolo, partiéndolo en dos, alcanzando las estrellas, sobrepasándolas, cruzando el espacio, el cosmos y alcanzando dimensiones nunca imaginadas. Caída breve y resurrección infinita. El encuentro de mi alma gemela, de mi verdadera alma gemela, de mi única alma gemela que me proporciona una alegría indescriptible, sensaciones para las que no existen palabras todavía que las expliquen acertadamente (o que se acerquen), a cada segundo que paso a su lado. Cuando crees que estás completo al cien por cien descubres que cada día esa personita única, mi Chica Sombra, mi Tami, mi Wonder, mi tornillo especial, me completa un poquito más, sin límite alguno. Podría escribir mil entradas con estas palabras, y no me aproximaría a lo que siento por ella, y mucho menos después del maravilloso 2020 que me ha regalado. Llegamos pues a principios de tan pandémico año con la fecha de nuestra boda ya programada para un inolvidable 10 de enero, bastantes antes de que el país (el mundo, en realidad) se cerrará casi por completo. La verdad es que la fortuna, el karma o cómo queráis llamarlo, nos sonrió bastante al darnos tiempo de contraer matrimonio justo antes de que todo se viniera abajo. ¿Qué hubiera ocurrido de tener una fecha posterior? Pues, como les pasó a muchos conocidos, seguramente nos habríamos casado bastante más tarde; quizás en la breve apertura de verano e incluso ¡en este 2021! Pero no fue así, y empezamos el 2020 casándonos. ¡Casi nada!

Lo cierto es que no hubo ceremonia. Ni falta que hizo, la verdad. Fue una boda civil donde, rodeados de familiares y amigos, gente que nos quiere y a la que queremos, nos dimos el sí, firma de papeles mediante, para después ir a celebrarlo de forma modesta, aunque con la promesa de que más temprano que tarde tendremos una fiesta por todo lo alto, justo como nos la imaginamos, eso sí, acompañados al completo por ese pequeño gran milagro que fue a casarse con nosotros dentro de la tripita de su mami. Por supuesto, lo principal, lo importante y lo que nos hizo ilusión fue casarnos, darnos el "sí, quiero", aunque ya nos lo habíamos dado hacía bastante tiempo, incluso antes de ese increíble y fantástico 2 de junio de 2017. Ni siquiera los papeles importaban. Fue un extra a una relación que no lo necesitaba, pero que aplaudimos con nuestro corazón, con nuestra alma y con nuestro espíritu. Tuvimos sonrisas, carcajadas y lágrimas, pero, ante todo, alegría, felicidad, en un día que marcaba el inicio de un año impresionante. Por supuesto, la cosa no iba hacer más que mejorar, pues menos de un mes después fuimos uno más en la familia, como ya anuncié en el repaso que hice al 2019, cuando hablé mucho, aunque nunca lo bastante ni demasiado, de cómo nos quedamos embarazados de nuestra genial y fantabulosa guerrera. Si 2019 fue el epílogo, en 2020 comenzaba la verdadera historia de Lisey, nada más y nada menos que un 6 de febrero (atentos a tan bonita casualidad; nuestro aniversario es el 2 del 6 y Lisey nació el 6 del 2; destino, no sigas llamando a la puerta, que hace mucho que te abrimos) que extendió, todavía más, una felicidad que creíamos que no podría hacerse más grande. Sin embargo, nuestros mantras son "infinito por infinito" y "always". Lisey llegó para asegurarse de que se cumplieran.

No voy a mentir y haceros creer que Lisey llegó cuando ya no la esperábamos, porque la verdad es que fue todo lo contrario. Los segundos fueron una eternidad durante esos nueve meses. ¡Qué ganas teníamos de verle ya esa carita! Mordisquearle sus morros, acariciarle los muslitos, besarle sus deditos y, en general, achucharla hasta dejarla sin aliento, tanto como nos dejaba ella sin aliento sólo al pensar en todo lo que ya la queríamos. Qué sensación fue asistir a una ecografía pagada que nos mostró lo formadita que ya estaba. ¡Y cómo se parecía a nosotros! ¡A los dos! Y se parece, incluso con sus ojos azul cielo y sus rizos rubios, rubios, en plan guiri. El caso es que ya el último mes, o los últimos días del último mes, empezamos a ponernos realmente nerviosos. Podía salir en cualquier momento, pero... no lo hacía. ¿Tan a gustito estaba dentro de la tripita de su mami? Seguro que sí, pero nosotros ya no teníamos paciencia alguna. ¡Queríamos tenerla en brazos cuanto antes! Cualquier día podía ser ya el definitivo, y un miércoles 5 de febrero lo fue. De buena mañana, mi alma gemela rompió aguas. Nos fuimos tranquilamente al hospital (olvidaos de esas prisas y de la gente histérica que casi siempre protagonizan estos momentos en el cine) con mis suegros, la metieron en su habitación correspondiente y comenzó el lento y doloroso proceso de dilatar, pues hasta que no lo hubiera hecho lo bastante, no podía empezar el también lento y doloroso proceso de que saliera la peque. Lo que parecía que iba a durar un par de horas se prolongó hasta bien entrada la noche (sí, más de doce dilatando). Fue entonces cuando se inicio la última parte del proceso (por así decirlo) que duró hasta la primera hora de la mañana y, repito, mañana, nada de madrugada. Lisey Jiménez López nació a las 8 en punto de la mañana (un minuto o dos más, si somos puntillosos) un jueves 6 de febrero de 2020. 

Mientras escribo estas líneas me encuentro entre emotivo y nervioso. Me gusta recordar esos momentos. No es la primera vez que me quedo sin palabras (en realidad, las tengo, pero no existen todavía, así que habría que inventarlas) a la hora de hablar de mis almas gemelas, ahora dos, mi bonita y talentosa Tami y mi fantabulosa y genial Lisey. Si profundizo en tales sentimientos, descubro que son dos extremos; por un lado, me falta un vocabulario aún no creado para expresarme; por otra parte, podría redactar infinitas entradas como la presente y no me aproximaría a lo que siento por esas dos maravillosas diosas guerreras que tengo en casa, las cuales lo son todo para mí, dándome aire a cada segundo transcurrido, logrando que exista desde que me levanto hasta que me acuesto, consiguiendo que brille cada vez más como si fuera la persona más especial de este y todos los universos posibles. Ver salir a Lisey del cuerpo de mi alma gemela, verla hacerse real (como si antes no lo hubiera sido; ya me entendéis, en especial, quienes seáis padres), es una de esas imágenes inolvidables por los siglos de los siglos. Verla llorar y callarse en cuanto mi tornillo especial la abrazó, reconociéndola al instante como su madre, su persona favorita en el mundo, la que siempre estará ahí, protegiéndola, queriéndola, haciéndola feliz... Desde entonces, y aunque parezca imposible, todo ha ido a más y a mejor (como así ha sido desde el 2 de junio de 2017, e incluso antes), regalándonos la peque continuos instantes llenos de magia, felicidad y risas.

Ha pasado mucho y, sí, como me decían esas personas cercanas que ya habían disfrutado las maravillas de la paternidad, estas cositas bonitas crecen con una rapidez sobrenatural. Mientras escribo estas líneas, Lisey corre, juega, se ríe a carcajada limpia, trata a los gatos de la casa con un cariño enorme, se entretiene con sus juguetes y sabe mil cosas que, por entonces, parecía mentira que fuera a aprender en cuestión de meses. ¡Meses! Sus primeros pasos, sus primeros balbuceos, los cambios de pañales, su primer baño, su primer gateo (que le duró días; aquí la Flash pasó de gatear un poco a prácticamente correr como si fuera capaz de viajar en el tiempo), sus primeras risas (no existe niña más feliz en este universo), su encuentro con titos y yayos, sus primeros juguetes, sus primeras películas, sus primeros libros, sus primeras caricias, sus abrazos, sus miradas de amor... Tener un hijo es redescubrir la vida, y si eso se hace junto a la persona que te corresponde, esa alma gemela hecha para ti y para la que estás hecho, no queda ninguna perfección más por encontrar. Toda está ahí. ¡Y más! Claro que la paternidad tiene sus detalles ¿oscuros? Menos tiempo para la pareja, menos tiempo para uno mismo, menos tiempo para todo, no saber qué hacer la mayor parte del tiempo, lidiar con berrinches incomprensibles, no saber qué camino educativo tomar para con la peque... Y, aun así, son insignificancias que desaparecen en la más absoluta nada cuando miras fijamente a esa cosita que tu alma gemela y tú habéis creado, y esa cosita te devuelve la mirada. Así de sencillo. Así de fácil. Así de bonito. Así de perfecto.

Ahora tendría que centrarme en el último punto del trío de alegrías del 2020, pero me voy a parar para comentar algunos aspectos del proceso del parto, porque eso es para vivirlo. Teniendo en cuenta que yo no parí a Lisey, sino que simplemente estaba allí, apoyando a mi mujer todo lo que podía y más (o, al menos, lo intentaba), apenas podré explicaros una mínima de la mínima de la mínima parte de lo que ella sentía. Cuando fuimos al hospital, ya me imaginaba el gran dolor que sufriría mi alma gemela, dolor que, al ver en directo (hablamos de veinticuatro horas de parto entre unas cosas y otras), alcanzó cotas que no llegaba a imaginar. Si ya me dolía a mí al ver cómo se retorcía, respiraba con esfuerzo, empujaba y luchaba, por dilatar primero, y para que saliera la peque, después, me cuesta imaginarme lo que de verdad sentía mientras ocurría. Quizás esa sea la palabra: inimaginable. Que si luego dicen que la mujer es el sexo débil y chorrada tras chorrada. Mis cojones. Yo no hubiera aguantado tanto, no hubiese podido ser tan valiente y no habría sido capaz de mantenerme fuerte en tales momentos. Gracias, mi vida, por ser una guerrera, una campeona, una luchadora, la personificación de la fuerza y la valentía en estado puro. Gracias por luchar tanto por nuestra fantabulosa y genial Lisey, tanto esos nueve meses como esas últimas veinticuatro horas, sin olvidar todo lo que ha venido después. ¡Gracias, gracias, gracias! Gracias por el mayor regalo de todos junto a tu amor.

Hablemos de mudanzas, porque si sois habituales de este pequeño y humilde blog, en especial, de este tipo de entradas donde realizo mi repaso personal del año, quizá recordéis la entrada que repasaba el 2019 donde tuvo lugar la llamada Mudanza Infernal o Apocalipsis de Mudanzas. Prefiero no hacer siquiera un resumen de aquella desventura que puso a prueba nuestra paciencia, nervios y pura supervivencia. De la casa familiar en la que crecí pasamos a una especie de zulo a tan elevado precio que continuamente me preguntaba si estábamos en Málaga o en Nueva York. Eso sí, muy bien situado, pero era lo único que tenía. No sé vosotros, pero yo, para vivir en la calle, directamente me voy bajo un puente; si busco casa es para usarla, cojones. El caso es que desde el primer día que pusimos el pie en aquella "mansión de lujo", en la que se nos iba todo el dinero que ganábamos (el mayor capricho que nos dábamos era comer), pensamos en mudarnos. Pasamos meses buscando una hipoteca, dándonos con un muro tras otro muro después de rebotar en otro, llegando a la conclusión de que para que te den una casa en una inmobiliaria (las posibilidades de conseguirla por nosotros mismos eran todavía más bajas) debes irles con todas las facilidades del mundo, lo cual tiene bastante poco sentido, pues considero que acudir a una inmobiliaria debe ser la opción que se escoja para cuando uno no tenga esas facilidades. El caso es que tras meses y meses y meses de no encontrar hipoteca, casi estuvimos a punto de dar con una, pero llegó el virus de las narices, lo detuvo todo y... ahí finalizó el tema. Volvimos a la idea de continuar alquilando, al menos, una temporada, buscando algo mucho más barato y con más sitio, sobre todo, para que la peque tuviera habitación propia y no tuviéramos que colgarla para dormir de una percha en el armario.

No os voy a engañar: alquilar en Málaga tampoco es fácil. Los precios están disparados, aunque, claro, es más fácil acceder a un alquiler que a una hipoteca en la que te piden el Anillo Único, sangre de unicornio y un par de duendes irlandeses. Buscamos mucho. Buscamos hasta hartarnos. Buscamos y llamamos consiguiendo resultados de todo tipo; desde los que no contestaban hasta los que directamente engañaban con las características de la casa en cuestión, pasando por aquellos que no permitían animales, los que te prometían una cita y de los que no sabías nada más nunca o, mis favoritos, los que te pedían casi tanto como los de las hipotecas, incluyendo un mes de fianza, un mes de adelanto, un depósito y el primer mes que pases en la vivienda. Las misiones imposibles de Tom Cruise se empezaron a reír de nosotros, y con razón. Mi bonita y talentosa dio con un piso que estaba bastante bien, en una de las zonas más humildes de Málaga, pero de cien metros cuadrados, bastante cuidado, con espacio suficiente y a un precio normal, aunque ligeramente alto para la zona. Estuvo hablando con el casero y, gracias a su habitual labia, no sólo logró una cita, sino que nos quedáramos el piso, el cual es a día de hoy, y poco más de un año después, nuestro hogar, nuestro verdadero hogar. No sabemos si para siempre (existe la opción de comprarlo); no sabemos si para algunos años (es de alquiler, tiene tres habitaciones y si en el futuro vamos a por otro peque nos hará falta más espacio). Sin embargo, ahora, y por mucho tiempo, es y será nuestro hogar. Ahora sí. Lo hemos encontrado. Un sitio que sentimos como nuestro hogar, en el que somos felices, en el que estamos a gusto y donde está creciendo nuestra fantabulosa y genial Lisey, día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. Feliz junto a nosotros. Felices junto a ella. Felices los tres. 

Me voy acercando al final de la entrada, así que toca hablar del terreno profesional, sobre el cual no os voy a engañar y del mismo modo que os soy sincero con todo lo demás también lo seré al respecto. 2020 fue un año muy, muy, muy flojo al respecto, quizás el año más flojo en mi carrera literaria, aunque con algunos matices, como por ejemplo, si cuento desde que empecé a publicar profesionalmente (año 2010) o si cuento desde que comencé a publicar en solitario (año 2012), aunque si lo comparo con ese 2009 donde me inicié en este mundillo, 2020 ha sido un año espectacular. Quedémonos con que ha sido uno de mis años más flojos, ¿de acuerdo? Si 2020 ha sido el primer año desde 2008 en el que Marvel Studios no ha estrenado ninguna película en los cines, también ha sido el primer año desde 2012 en el que no he sacado ninguna obra en solitario. ¡Y eso que en años como 2017 publiqué hasta tres! Vale, ha sido, sobre todo, por el tema de la pandemia, pero eso no significa que no deje de comentarlo. Tres han sido las publicaciones que he tenido en 2020; dos microrrelatos que se han vuelto a colar en convocatorias de Diversidad Literaria, lo cual considero grandes logros dado que lo mío no es, precisamente, la narrativa minimalista; y un relato Z en la antología "Orgullo Zombi", que primero salió gratuitamente en formato digital, para pasar luego al papel, debido a su éxito. La verdad es que sigo disfrutando de lo lindo al participar en convocatorias de relatos, entre o no entre al final en la antología resultante, pues aceptar el reto y escribir para superarlo es todo un desafío. Evidentemente, no es algo que haga tan habitualmente como al comienzo de mi carrera, pero sí me gusta ponerme a ello de cuando en cuando, en especial, con proyectos tan interesantes como los micros de Diversidad Literaria y "Orgullo Zombi", cuya segunda parte hace poco que salió, aunque ya sería entrar en el 2021, y no es lo que toca ahora, no. Además, las convocatorias sirven para desengrasarse y no confiarse demasiado, por lo que recomiendo, si sois escritores ya con un currículum bastante extenso, participar en todas aquellas que os interesen, a pesar de que sea de forma irregular.

Por supuesto, no sólo de publicaciones vive el escritor. 2020 ha sido un año de menciones, premios y menciones. Si recordáis, aunque admito que si no os pilla de cerca dudo que lo hagáis, en 2019 se celebró el I Concurso de relatos de videojuegos y esports, organizado por DreamHack y Héroes de Papel, es decir, una convocatoria de relatos donde la literatura y los videojuegos se unían, y donde uno de los premios era aparecer en una antología en papel publicada por Héroes de Papel, editorial de la que os he hablado mucho en el blog y de la que soy muy aficionado. Lo cierto es que llegué tarde con mi relato a la primera fecha de cierre de recepción que dispusieron, pero cual fue mi sorpresa cuando vi que esta fecha la cambiaron, retrasándola lo suficiente como para que me diera tiempo a terminar mi cuento. Dicho y hecho, terminé mi historia, siendo una sorpresa para mí cuando, meses más tarde, en concreto, a principios de 2020, me comunicaron que era uno de los diez seleccionados, siendo ganador no sólo del honor de publicar en la mencionada antología de Héroes de Papel, sino también de recibir un pack compuesto por varios libros de la editorial, una estupenda agenda y unos modernos cascos gamers que estoy aprovechando al máximo. Lamentablemente, la antología no se publicó ese año, así que no he podido sumarla a mi lista de hijos literarios de 2020, aunque sí ha entrado en la de 2021, por lo que también la reservaré para el repaso del año que viene (o de este año, según se mire). Hablemos de Ignotus, de los Premios Ignotus, más concretamente, de los Premios Ignotus 2020, porque esta edición ha sido la que más nominaciones (acabadas en finalistas; no, este 2020 tampoco me he llevado ninguno a pesar de que he enviado jamones hasta a aquellos que ni siquiera tienen que ver con los galardones) me ha dado. Que si en la categoría de cuento, que si en la categoría de ensayo con el segundo volumen de "Las pesadillas de Stephen King", que si dos en la categoría de artículo, que si en la categoría de tebeo e incluso la Cueva del Extraño ha repetido en la categoría de sitio web. No, no estoy para quejarme, y mucho menos cuando he compartido algunas categorías con mi bonita y talentosa alma gemela (quien ya debería haberse llevado más de un Ignotus, ojo, mereciéndolos todos). ¿Cómo me voy a quejar si ya es difícil estar nominado? ¿Con la publicidad que se les da a los nominados? ¿Sabiendo que sois vosotros los que os habéis tomado la molestia de votar mi trabajo para que esté ahí? ¿Quejarme? En absoluto. ¡Y más teniendo en cuenta que han sido seis nominaciones en un año donde, precisamente, las cabezas no estaban puestas en los Premios Ignotus! ¿Qué puedo decir? Gracias, gracias, gracias. Una e infinitas veces más. ¡Gracias! Eso sí, estoy empezando a coger complejo de Leonardo DiCaprio con eso de ser nominado sin ganar. Salvo por la fama, el aspecto, el talento y el dinero, igualito que DiCaprio.

¿Qué puedo contaros más? La verdad es que ha sido un año bastante tranquilo por las redes, si os soy sincero. A mediados de año me abrí otra cuenta de Twitter a la que le está yendo incluso mejor que a la primera que tuve, mientras asisto, entre palomitas, a cómo les van cerrando todas las cuentas a aquellos que se pusieron de acuerdo para cerrármela porque no tienen nada más que hacer en sus patéticas vidas que ponerse tras una pantalla, con el anonimato por delante, para intentar joder a los demás, sin conseguirlo al final, ojo. En el terreno literario también ha estado tranquila la cosa, salvo por el soplapollas (con perdón para los soplapollas del mundo) de Arkaitz Arteaga, ya sabéis, esa celebridad del mundo de la literatura que creó la web Origen Cuántico, que ganó no sé qué premio europeo por méritos propios (guiño, guiño), y no porque un jurado compuesto por amiguitos la eligiera para representar lo que quisiera que representase una web que desconocía la existencia de editoriales de referencia como Applehead Team Creaciones. El caso es que este año, a pesar de que ya no está relacionado con el mundo de la literatura (por razones que dan risa, pero el victimismo inventado siempre la da), este esperpento de persona ha seguido criticando los Premios Ignotus, bueno, mejor dicho, ha seguido criticando a los nominados que no le gustan. El caso es que también he tenido una mención, aunque esta vez no he caído en su juego. Hice capturas de pantalla y las difundí por Facebook y Twitter. ¿Resultado? Un montón de comentarios "cariñosos" hacia este tontolastres y un bloqueo que me he llevado por su parte en Twitter tras hacerse caquita. Se ve que no se esperaba la nueva táctica que es enseñarle a los demás las gilipolleces que hacen los gilipollas, en vez de contestarles hasta que te lleven a su terreno. Un saludo, Arkaitz. Suerte con todos esos enormes proyectos literarios que tienes entre manos. No te olvides de saludar a tus "cuñaos" mientras a los demás de tenerlos.

Aunque parezca sorprendente, creo que hasta aquí he llegado este año. Insisto en que ha sido un año "poco movido" pese a la grave crisis sanitaria que hemos sufrido. Las comillas las he puesto con toda la intención, claro, porque de movido ha tenido poco. Me he casado, he tenido una maravillosa hija, me he mudado a una casa a la que sí podemos llamar hogar y no vivienda temporal, he seguido escribiendo, las cosas nos han ido bastante bien en casa con el trabajo (mi tornillo especial va cada vez a más con sus cositas literarias, llegando incluso a sacar su segundo libro en solitario, un fantástico poemario titulado "Vomitando mariposas muertas"), los proyectos que no he podido sacar este año se han pasado al 2021 (y mucho mejor así, os lo digo en pleno 2021), la familia está estupenda, hemos gozado de buena salud (ninguno hemos pillado el maldito bichejo), Kraken y Casper siguen estupendamente y, en pocas palabras, nuestra vida ha ido a mejor durante cada día del 2020, después de un 2019 donde llegamos a tocar fondo en todos los sentidos. Lo lógico sería mostrar un gesto de pesimismo y creer que durante el 2021 la cosa va a ir hacia abajo, y algo de eso hubo a principios de año, pero es que a partir de ahí todo ha seguido yendo hacia arriba, ¡cada vez más! ¡Sin dar con ningún techo! Así que es hora de decir eso que me encanta de "virgencita, virgencita, que me quede como estoy". Así que este año os libráis de una entrada el doble de extensa. Me voy a ir despidiendo ya no sin antes daros las gracias por continuar ahí, año tras año, repaso tras repaso, publicación tras publicación, sonrisa tras sonrisa, lloro tras lloro y entrada tras entrada. Sois los mejores. Sois únicos. Sois... vosotros. Gracias. Que este 2021 sea el comienzo de la vuelta a la auténtica normalidad que se nos ha arrebatado. Que el 2022 se identifique con la completa normalidad que nos merecemos. Mientras tanto, pensemos en cómo salir mejores de esta, pero mejores de verdad. Pensemos en no darlo todo por sentado. Pensemos en hacer las cosas bien. Pensemos en comportarnos cívicamente, para con el prójimo y para con nosotros. Pensemos. Y seamos felices. Sed felices.

Nos veremos dentro de un año. No lo creo. Sé que nos veremos dentro de un año.

Tened cuidado. Y creed siempre que todo irá siempre a mejor. Tened la firme certeza de ello, en especial, en los momentos más oscuros.


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